Sentado en aquella recamara azulada, oscura y casi lúgubre a cualquier ser humano, yo sentía un cálido sentimiento de pertenencia. Los muebles ya doblados por el tiempo, aquel piano que descansaba después de tanto ser usado, las lamparas llenas de polvo que parecieran querer con los brazos del candil detener, y el resto caer hacia todos lados.
Jalé una silla del cuarto contiguo y me senté con el respaldo hacia adelante, crucé mis brazos sobre el y observe. Tanto movimiento en tan quieto espacio. Encendí a mi único acompañante. Ese día había regresado solo a aquel lugar. Dí 2 golpes seguidos como si necesitara oxigeno. Irónico. Y seguí mirando. Las luces parecían caleidoscopios de sombras que jugaban a revivir momentos. Veía al otro extremo lo que parecía la figura de Carmen observarme. Creí que era cierto, viví nuevamente recordé que no volvería. Más abajo, cuando descansé la pesades de mi mirada melancólica, me encontré el piso con sus últimas pisadas, tire un poco de ceniza que voló a la deriva y levante.
Eran los huecos de sus pies los que ahí observaba. La última vez que estuvimos aquí, ella se levanto sobre sus puntas para obsequiarme un beso y rodearme por el cuello. Hoy esos cálidos brazos me quemaban nuevamente. Era una amarga despedida. Pero necesaria. Ese día ella hecho a andar para abajo, se despedían sus pisadas y el portazo me regalo el silencio de aquello que antes había creado un jubilo similar al de haber nacido. Sonreí.
Paseaba de un lado a otro, como lo hacia usualmente desde hace no mucho tiempo mientras fumo. Son los nervios, tal vez, como si mi mente siempre estuviera pensando. Carmen. Inclusive el tiempo y el polvo había llevadose todo vestigio de aquellos días, existían, hoy solamente, los cuadros llenos de ceniza, calcinados por el olvido esperando a que se limpiaran y volvieran a vivir. Reconocí el marco que estaba sobre el piano. Acorde que ahí yacíamos los 2 en una foto que dictaba que vida teníamos antes. Si entré y viví cuando recorrí el cuarto, aquella foto me haría soñar y quedarme, no.
Decidí dejar el recuerdo en su lugar, salí del cuarto y cerré la puerta deseando que nunca se volviera a abrir. Aún no entendía que me había llevado ese día hacia nuestra morada antigua. Ya olvidada por nosotros, por el tiempo, se mantenía dormitando, tal vez en espera de algún nuevo comienzo, algún nuevo habitante, alguien que le caminara las entrañas y la hiciera vivir, reír como si te picaran las costillas. Ahí quedo aquella morada que juntos habíamos construido. Carmen se fue y ella no regresó.
Baje para observar antes de retirarme aquel pórtico por dentro, la espalda de la puerta que aún guardaba mi sombrero. Sí, ahí quedo el dolor de Carmen también. colgada detrás de una puerta, el recuerdo en coma esperando volverse a sacar como a un juguete olvidado. la espalda de alguien es lo que menos ve uno, no es esconder los dolores, es evitar observarlos. Saco otro cigarro y lo enciendo. A final de cuentas, el tabaco no elimina el olor a recuerdos.
Carmen se fue hace ya tiempo atrás. No dejo nada que no fuera nuestro. Se fue casi desnuda entre lagrimas, lo único que la cubría. Aquel día no entendí porque me dejo con una pesada carga. ¿Limpiar la casa? no. Olvidarla y dejarla intacta, sí, pero olvidada no. Recordé aquellas palabras que alguna vez me diste. Una sonrisa que me obligaba a desear que hoy estuvieras sonriendo en cualquier lado que estuvieses. Y yo simplemente regresando a aquel lugar de mi mente donde todo quedo intacto, solo para asegurarme que nunca te quedaste. Respiró tranquilo mientras el cigarro se consume. No se de ti Carmen, pero no te quedaste aquí y yo tampoco lo haré. Espero que cuando regrese algún día a este lugar, soga todo lleno de polvo, cubriendo nuestros recuerdos y deseando que tampoco regreses a limpiar. Pues alguna vez fue nuestro y así siempre lo sera. No conviene desempolvar aquello que al final nos hizo sufrir.
Termino mi cigarro y me dirijo a la puerta. Salgo y esta vez la llave la llevo conmigo. Para que nunca intente Carmen entrar.
Carmen Jones no te puedo fallar...
(...)
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