miércoles, 23 de noviembre de 2011

Crónicas de Carmen II


(...)

Al momento de cerrar la puerta me tocó un aire gélido por la espalda, como algún pasante que pudiera necesitar ayuda. Me recordó a aquellos días de hoy que solamente pasan sin pena ni gloria, al azar, tal vez, o sin ninguna novedad, emoción o sensación. Muertos podría decir. Me llego el sentimiento de dejar aquella morada. Deje por último una lagrima que se despedazó al llegar al suelo perdiéndose en el pórtico de la entrada. No volvería a entrar y, tal vez, tiraría la llave en algún lugar donde la nieve la consumiera hasta deshacerla. Frío. Ahora iría en busca de una morada mejor. Y tu en mi recuerdo, en mi alma y aún, en mi vida. Aún no se si te llevo conmigo o te dejo vivir aquí dentro de los recuerdos. ¿Te quedarías? o ¿De verdad me acompañarías? ¿y para qué lo harías? Muchas preguntas.

Hecho a andar calle abajo sobre el pedregal, no pasan coches así que el camino esta despejado a excepción de algún otro perdido. El día es callado y tranquilo, y en mi el caos de haber dado media vuelta y caminar para nunca volver. Me lo puedo llevar conmigo púes hay algo que no me deja arrancarte de mi alma. Simplemente no puedo. No quiero. En mi camino cuesta abajo, solo alcanzaba a ver una gris ciudad que crecía a mis ojos. Tan inmensa que me abrazaba y me perdía en sus entrañas. No opuse resistencia algún. Perdido ya estaba. No me importaba si alguien ya no reconocería mi cuerpo casi muerto vagar de aquí a allá. No me importa si no eres tú. Entonces ¿para qué buscar vida si aquella no la encuentro?

Tropiezo de vez en cuando, mi mente está en aquellos puntos ciegos que no han tenido respuesta. Ese silencio que guardabas cuando debías levantar la voz. Donde debías darme respuestas. Donde debías decirme que me amabas y querías estar conmigo. No me fijo en el pedregal de bajada. No me fijo en nada más. Los hubiera si existen y sirven para perder la noción del tiempo, de la vida. Para anclarte en unos recuerdos que toman tu forma, que veo aún a lo lejos como si te acercaras a abrazarme. Siento que a veces pienso y nada. Que de todos modos tú tomaras otro rumbo. Que Carmen Jones quedará siempre en esa casa esperando a que rescate algo que ya no es. Qué solo me espera a mí que vivo en sintonía con ella. Que la mujer que eres ahora nunca regresara por ella. Qué nunca volverá por los sentimientos empolvados dentro del cajón del boureaux o que dejo en la mesa de estancia y en el resto de la casa.

Llego a un parque. Creo que voy a explotar. Me siento junto a la aparente calma que siempre me acompaña. No sé qué ando haciendo rondando aquella morada si se que no vas a regresar, ¿qué es lo que me ata y no me deja escapar, perderme del mundo, de ti, de tus certeros ojos que siempre me encuentran y me retienen? Aunque los cierre los veo, aunque baje la mirada me tomas de la cara y me obligas a mirarte de nuevo. Como si enfrentara la verdad sin saber que verdad me presentas. Las palomas llegan a tiempo para revolotear a mi alrededor. Por fin algo en que distraerme. Y sin más aviso, nuevamente ahí estas tú. Uno más de mis anhelos que te quieren de regreso. No pongo reparos y me fijo nuevamente en la nada. Te acercas desde tu lugar y te sientas a mi lado. Como muchas veces desee y lo hizo aquella ilusión que creaba como droga, como una deflexión para mantenerme en otro mundo, aquel que me presentaste algún día en el cual era feliz.

Me rozaste la mano…

Y desperté. Caí en un segundo a la tierra, sentí todo el dolor que me estaba esperando para agarrarme en la caída, tan solo para flagelarme sin morir azotado en el piso. Sentí el sudor frío recorrer mi cuerpo empapado y jale a bocanadas el aire que se me fue, una y otra vez. Abrí los ojos como si hubiera salido de una pesadilla y se me acalambro cada parte del cuerpo retorciéndome, disfrutando el pesar en mí. No era ninguna deflexión o producto de mi imaginación para escapar una vez más, sí, eras tú.

(...)

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