miércoles, 6 de abril de 2011

El camino


No hay nada mejor que un largo camino para poder pensar. ¿Pero qué pienso cuando existe todo en mi cabeza y no quiero saber de nada... si el Sol me latiguea la espalda y arde más que nunca... si la misma vista me acompañara al menos de aquí a que el frió de la noche releve al abrumarte calor? Perfecto, más cosas que ni quisiera pensar, ni quisiera estar viviendo. Paso a paso me adelanto de aquel efecto del calor que parece hacer que todo este bajo el agua, cuando volteo a ver si me alcanza. Nunca.

Si quisiera al menos un trago de agua, aun faltan varios kilómetros. ¿Una sombra? entre más me acerco a aquel enorme arbusto a lo lejos, más parece adelantar mi tramo. ¿Descansar? Solo si quisiera hacerlo eternamente quemado en el pavimento o para no estorbar el paso de los muy escaso vehículos en la tierra árida, a lado de la carretera. Nada más agobiante que mi camino. En fin... paso a paso. De vez en cuando volteo levemente para ver si alcanzo a crear por el rabillo del ojo, una ilusión semejante a un coche que me quiera dar un aventón. Nada. OK, entonces la costumbre siempre puntual de ponerme los audífonos y escuchar melodía que me distraigan un poco. Nada como El Viaje a Ninguna Parte para acompañarme a mi propio viaje. Gracias Bunbury. Pasa una ligera brisa en mi dirección, es tan fuerte el calor que solo sirve para quemarme los orificios de la nariz. Para colmo, va en mi dirección. Tú que puedes, llega primero y descansa en el primero sitio solitario que encuentres con algún tipo de bebida, go!. Acto seguido, me toma la palabra y adelanta su camino. 

Ahora pareciera que aquel efecto ya también apuro por el calor y me adelanto. ¿O será qué me rodeó? Y más aún, para mi asombro descubro una carreta cruzando más cerca en forma transversal; aquel apaciguado conductor y su yegua llevan paja a un lugar que, supongo, ha de estar cerca. ¡Corre! Apuro mis pasos tratando de alcanzar a mi conciencia que ya esta descansando en el carruaje, a estas alturas del desierto, y sin correr me emparejo al lugareño. Pareciera no haberse percatado de mi andar a su lado y sigue rumiando la espiga que di cuenta en cuanto empece a acercarme.Saludo y pido aquel aventón. Será largo, pero de menos no caminare más. Acepta y me subo atrás, hago lugar empujando la paja caliente y me siento viendo en dirección opuesta al señor. 

Aún con la música puesta en mis odios, alcanzo a escuchar algunos murmullos después del rato. Apuro a quitarme los audífonos y el señor hablando como si le hubiera puesto atención desde el principio. Shame on me. De aquel relato descubrí apenas la mitad del escenario que me contaba, sonaba más alentador que un desierto que solo llegaba a más desierto. Pero sonaba agradable a un ya fastidiado caminante. Llegaríamos dentro de poco, no se cuantos minutos, ahí pareciera que no existiera el tiempo medible. Parecía pasadas las 2 y lo corroboré con mi reloj. Buena hora para llegar cuando el Sol parecía esforzarse por freírnos vivos.

Entre a una pequeña choza hecha de ramas de madera. Dentro parecía menguar un poco el calor. Estaba casi vacía a excepción de una vieja estufa castigada por el tiempo en un rincón, un par de camastros hechos a base de varias cobijas y varios juguetes de madera ya roída esparcidos por el piso. Mi esposa y mi nieto fueron al campo del otro lado de la cabaña. Asentí en silencio mientras contestaba la pregunta inmediata que me hice mientras entraba ¿Por qué los juguetes? Y de pronto me sentí hormiga entre gigantes, no por la altura sino por la enorme melancolía y pasar de los años que parecían haber pasado por aquellas personas. Siempre fieles a la tierra donde llegaron, siempre erguidos a pesar de los años y las contrariedades del tiempo.Aquel señor despedía más respeto y honorabilidad que cualquier ejecutivo de alguna empresa transnacional... como si fuera obligado hacer una leve reverencia en su presencia. Gracias.

Acto seguido, me sirvió un café negro. "Bueno para el calor y para el alma..." alcanzo a susurrar en un esfuerzo por regresarme a la realidad. Se sentó a un costado mío, dio un sorbo al suyo y siguió hablando de épocas ya solo recordadas por aquellos que no han visto el resto del mundo, que no saben lo cruel que se ha vuelto y que conservaron su paz mientras el ser humano la erosionaba como aquel viento que paso a un lado mio y adelanto su paso a no se donde. ¿Qué podía contestar yo sin darle cuentas de aquella realidad de la que yo provenía? Así, decidí escuchar atentamente a un madrazo de vida y humildad que aprendía aplicadamente en aquella escuela encumbrada en el olvido.

Mientras pasaba el tiempo, sin poner atención olvidé el tiempo, el calor que había apaciguado su fuerza dando paso a una noche estrellada oculta por el techo de aquella choza. No importaba cuando vivía sumergido en relatos casi fantásticos solo interrumpidos por una señora de cuerpo medio y ojos infinitos y un pequeño apenas vestido y caminante novato de esa vida alterna. Me percate de que no tenía opción más que quedarme esa noche. "Hace frío, pero tenemos suficiente leña para la caldera". No me quejé y acompañe a la familia esa noche. 

Aunque bajo techo, me imaginaba como sería aquella noche en medio de la nada. Por que imaginar si puedo vivir. Salí en puntitas y me acomode fuera de la puerta por un rato. Cigarro para la ocasión. Y en medio de mi disfrute oí ruidos dentro, se abrió la puerta y el señor me ofreció de su vicio. Perfecto. Se sentó a mi lado sin decir una sola palabra y en cuanto terminó, volvió a dormir. Me quedé un rato más e hice lo propio. 

A la mañana siguiente o a las pocas horas desperté y la familia ya estaba preparando el desayuno. Nada mejor para empezar el día, fuera cual fuera el alimento. Aún sin salir el sol me despedí y heche a andar en la carreta con el viejo, ahora sentado a su lado. "El camino sigue derecho por donde lo deje, no faltara mucho para llegar al primer poblado" dijo mientras se despedía y seguía su camino y yo el mío. 





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