Silencio... como si desapareciera todo aquello que le da vida a la vida, quedo taciturno apenas sintiendo la dinámica de mi respiración para dar cuenta que sigo vivo. Como si todo quedara en penumbra y por dentro un marasmo de luces de impensables proporciones. Como si el universo desapareciera en un momento en medio de un cegador silencio ¿Lo imaginan? Miles de explosiones atómicas en un ápice del todo.
Debo decir con satisfacción que pensé que esta muerte me era algo peor. Después del caos, siento con tenue alegría que no duele tanto. ¿Será que ya tanta cicatriz ha tornado insensible mi piel y los músculos y las entrañas perdieron la capacidad de sentir? ¿O que a mis 31 años he comenzado la vida solitaria y todo estaba preparado excepto yo? Quién sabe pero así como tan fuerte, rápida y plena llegó, en contraste, queda alguna ligera impresión de que sí, alguna vez existió. Fue como una idea, una gran idea... de aquellas que cambian el rumbo de la humanidad pero que a la vez son tan descabelladamente brillantes como inverosímiles y terminamos por no comprender por no querer ir más allá. Por ahora solo se que Carla está tan cerca como de aquí a unas cuantas vidas de distancia, tal vez.
Al final, cualquier persona, idea o historia tienen sus eternas remembranzas, epitafios. Unas cuantas palabras sobre aquellos que ya no estan, para que, si los llegamos nuevamente a encontrar mañana, los recordemos como realmente nos eran. No sé, puede que mi gran idea o nuestra ajena historia no haya encontrado el momento exacto para trascender en la humanidad y quién sabe, esta vez fue apenas un suspiro pero en el siguiente instante, el más inmediato o en la siguiente vida que nos encontremos, podríamos ser una infinita reacción en cadena.
Con Salomé u otra mujer que pueda atrevernos a ser.
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